jueves, 6 de noviembre de 2008
Nota de lector sobre la crónica de un compañero
“Blog plagado de errores y frases hechas, lugares comunes e incoherencias, proyecto experimental para la materia de Celia quien, por cierto, nos hace escribir mucho”. Así nos da la bienvenida “Bajando Línea” el Blog de Víctor Juárez que ha publicado una crónica que profundamente ha llamado mi atención.
“Quilmes, ciudad de imágenes y recuerdos” es la crónica que yo llamaría “Quilmes capital provincial de la fotografía, que das imágenes y recuerdos a Florencio Varela”. Quizás el titulo que propongo es muy extenso, y el que ya tiene es muy acertado, pero mi intención en renombrarlo es manifestar lo que ésta crónica despertó en mí.
Hace tres jueves atrás salió a la luz el primer diario zonal que clarín saca para las localidades de Florencio Varela, Quilmes y Berazategui. Después de haberlo leído yo diría que es una diario quilmeño con algunas citas a los otros partidos. No obstante, llamo mi atención una nota muy pequeña que invitaba al público lector al museo histórico fotográfico de Quilmes, el primero en Argentina y uno de los pocos en Latinoamérica. Allí, en este lugar que desconocía, ubicado en la calle 25 de mayo 218, en una casa antigua del tipo colonial, de muros blancos, amplios ventanales y tejas naranjas, tal cómo la fotografía del zonal describía. Se llevaría a cabo “Imágenes del Antiguo pueblo de San Juan”, una muestra de construcciones antiguas y lugares históricos de Florencio Varela.
He nacido en Florencio Varela, siempre llamó mi atención la historia de mi pueblo y desde que estudio teatro siento un profundo interés por la fotografía. “Que bueno debe estar ese lugar” fue mi pensamiento inmediato al finalizar mi lectura de esta noticia en el diario, con la consecuente búsqueda en mi agenda del día propicio para ir a visitarla.
Víctor parece que ya tuvo, por su entrevista previa, relación con esta institución y por lo que su crónica relata, la suerte de estar esa noche de viernes en la inauguración del evento, que si mi memoria no falla, es de un fotógrafo Varelense.
Aunque parezca mentira yo quise estar esa noche de viernes en esa inauguración. El leer esta crónica me remonta a imaginarme lo que fue estar ahí, y eso es muy reconfortante. Por otra parte, si bien no estoy de acuerdo con el comentario de cambiar el nombre de mi localidad de Florencio Varela por su histórico y previo nombre San Juan Bautista. Tengo mis razones y me las guardo para otra ocasión. Esta crónica, cómo así las crónicas publicadas en la compilación de Maximiliano Tomas en “La Argentina Crónica”, está muy buena y podríamos buscar un compilador entre todos y junto a esta crónica y otras crear el libro “La Unq Crónica” o “La Quilmes Crónica”… Se me ocurre que es muy interesante que crónicas relacionadas a nuestros lugares de origen nos enseñen y nos muestren, con otros ojos, miradas y perspectiva, una realidad que en muchos casos desconocemos y debemos conocer. Una realidad que vive en nuestras vidas.
Sin más.
Para visitar “Bajando Linea” y leer la crónica “Quilmes, ciudad de imágenes y recuerdos”
www.bajandolinea.blogspot.com
Un abrazo.
Hermes Javier Molaro
www.elcompromisomensajero.blogspot.com
Reflexión sobre el género Crónica
Los primeros cronistas de los que quedan huellas letradas fueron los que llegaron al nuevo mundo. La crónica nace entre nosotros enlazada al descubrimiento de lo desconocido y a la necesidad de dominar no solo a través de las armas sino del lenguaje.
En los primeros siglos de nuestra era fue cuando empezó a usarse la palabra crónica o cronicón para designar cierto género de composición histórica, es decir una historia redactada según el orden y sucesión de los tiempos; historia de un país, de una provincia, de una época.
Entre todos los pueblos de la Europa moderna se encuentran desde el siglo V al XV cierto número de escritores, monjes la mayor parte de ellos, que han dejado crónicas de diferentes géneros en latín o lengua vulgar. En ellas se contaba los orígenes de una nación o la historia de una familia ilustre o de una época notable.
Antón Chejov con sus cuentos y múltiples obras que lo inmortalizaron, captó con inusitada agudeza y expuso con contenida y clara expresión, las facetas más sutiles del hombre y sus relaciones. Podía hacerlo con una naturalidad instintiva. Ahora bien, si tuviese que llevar a cabo una crónica de investigación en la actualidad, poco le valdría su naturalidad instintiva para llenar páginas sin algún esfuerzo para perfilar, observar o indagar en su tema. La razón es simple: Los estímulos, la intuición, el talento y la inspiración desempeñan un papel esencial e indispensable para el periodismo. Pero de poco valdrían si no hubiera otros esfuerzos, cómo la sólida denuncia que conmueve, la explicación inteligente que ilumina, hasta el examen de procesos que aún no cesan.
Una crónica puede empezar en un chispazo repentino que interrumpe el sueño, pero solo se llevará a cabo a través de una tarea sistemática y pensada, a la que se deben aportar espacio, tiempo, trabajo, habilidades, disciplina y método.
Al cronista le ocurre lo mismo que al pescador, que, cómo no ponga en los anzuelos el cebo más apetecible para los peces, seguro que se aburrirá sentado en la orilla, sin lograr pesca alguna. Esto quiere decir que si no se logra una entrada justa y atrapante para nuestra crónica en las primeras líneas, dudo que atrapemos a lector.
El escritor y cronista viajero Martín Caparrós dice: “Hace décadas cuando empecé a trabajar en periodismo, un cronista era el último escalón de la jerarquía de una redacción: el pibe nuevo que salía a la calle a buscar la información que después el redactor transformaría en noticia. Ahora parece que hemos recuperado ese nombre para los cultores de este género que nadie sabe definir: la crónica”.
La crónica tal cómo retorna ahora: Alguien va a un lugar desconocido y fija la mirada hasta que la verdad se confunda con la línea de los ojos. Se puede ir en auto cómo Martín Caparrós: “Ahora estoy escribiendo una crónica un poco extrema: un largo recorrido por toda la argentina. Se llama El Interior y el mecanismo es simple: me subo a mi coche y recorro tranquilo, solo, sin demasiado plan, el país. Trato de ir contando lo que encuentro, veo, escucho, pienso. Y trato de usar recursos diferentes, desde fragmentos ensayísticos hasta pasajes hechos Haiku o perfiles en verso. Es, como ves, un perfecto despropósito”.
En la literatura la crónica interesa cuando no se desentiende de su dimensión artística y cuando se plantea cómo un relato en primera persona que no funciona cómo estampa -“por acá (un lugar, un tema) pasé, esto es lo que vi”- sino cómo indagación: en ese punto, la crónica se acerca al ensayo o incluso a las ficciones que no se proponen contar una historia.
Lugar cómo zona, territorio a barrer, documentar, extenuar: agotar un lugar cómo se agota un tema. In situ, en su posición original. No se trata tanto de registrar hechos en un sitio sino de descubrirle a un lugar el espíritu tutelar. Si bien una cierta mirada puede hacer una excelente crónica desde la perspectiva del umbral de la propia casa o de una playa de estacionamiento, en el nuevo mercado de la crónica sigue imperando si no el modelo exótico, el de la aventura: mostrar lo más peligroso, lo excepcional, lo secreto desde un cronista sacrificado y hasta empapado de sudor. China no turística, los monstruos del circo, la lucha contra enfermedades infecciosas en algún mundo no primero, ponen el objeto en primer plano.
La crónica es una mezcla, de literatura y periodismo en proporciones variables, de mirada y escritura. Uno de los mayores atractivos de hacer una crónica es esa obligación de la mirada extrema, esa actitud del cazador que sabe que todo lo que se le cruce puede ser materia de su historia. Y escritura: atreverse a decir de otras maneras, a buscar formas, a pensar relaciones”.
Nota de lector sobre La Argentina Crónica
La Argentina Crónica parte de la base de cierto concurso en el que cronistas concursan para ver quienes publican en el libro que da a conocer a los mejores cronistas, o mejor dicho las mejores crónicas de la argentina de la actualidad. Proveniente de jóvenes cronistas que rondan entre los veinte y cuarenta años, la compilación de Maximiliano Tomás fue muy acertada para mostrar la variedad de estilos y formas de llevar a cabo una crónica. El trabajo previo de estructuración, el planeamiento, las investigaciones, las entrevistas, el trabajo etnográfico para darle vida. Y la capacidad de ver con cierta mirada una realidad que será recortada, trabajada, editada y narrada para dar testimonio, casi en el límite de la literatura y el periodismo, con una crónica.
Muy inteligente en que Caparrós haga el prólogo dándole ese toque de su estilo y argentinidad cronística al libro. También de que cada cronista seleccionado de al final de la publicación de su crónica en el libro una reflexión sobre el género. Se da a conocer de esta forma el fin mismo del libro. Que reflexionemos sobre este género literariamente tan lindo y periodísticamente tan rico.
Si tuviese que quedarme con cinco de las crónicas que he leído del libro, me encontraría con una paradoja, ya que todas las crónicas reflejan estilos y formas muy interesantes para construir una crónica, un recorte de la realidad que muestre al desnudo, por medio de un desarrollo crónico del cronista, un momento. Se muestran en todas un momento de tal forma que se vuelve más interesante de lo que parecía.
“Los dueños del fin del mundo” de Gonzalo Sánchez, llamó mucho mi atención y me dejó perplejo cuando vivencia los paisajes paradisíacos que posee la patagónia argentina. Ni hablar de que cómo argentino uno desconozca que los magnates más poderosos del mundo sean dueños de nuestras tierras. Creo que esta crónica me atrajo mucho porque desconocía, salvo por Benetton, la cantidad de magnates que mueren por nuestro país, por nuestros recursos naturales tan codiciados en el mundo, por nuestro paraíso patagónico. Y esas curiosidades de que quizás Bush padre ha estado varias veces en nuestra argentina y que halla pasado desapercibido al igual que tantos otros famosos poderosos, cómo Jane Fonda, que visitan a sus parejas y/o amigos mientras se relajan bajo algunos de los paisajes más bellos del mundo.
La crónica que más me impactó, y yo diría que hasta hoy me tiene asustado, es la de Pablo Plotkin “No tan Buenos Aires”. Este tipo de crónicas yo las llamaría de periodismo serio, más que de literatura. En ella se da conocer la peligrosidad del Polo petroquímico Dock Sud, tan cercano a la Capital Federal, cómo al gran Buenos Aires y por ende tan cerca de nuestros hogares. La crónica inteligiblemente narra lo insoluble de la vida en las cercanías del Polo petroquímico, y contrasta con entrevistas realizadas a aquellas personas que lo sufren y aquellas que viven en el barrio privado cercano y lo disimulan. No obstante, hay un dato de investigación que trae a colación el cronista y me deja sinceramente muy preocupado: “Aquí se calcula que si explotara el Polo Petroquímico Dock Sud, pasarían dos cosas: una, que no quedaría nada en pie. Y la otra que el poder destructivo de la deflagración podría alcanzar los diez megatones, unos seis más de los que generó la bomba atómica en Hiroshima”. Que puedo decir ante semejante dato, y más que hay antecedentes de que hubo riesgos de que a raíz de accidentes, pudo haber volado todo. Ni hablar que es un centro estratégico si el día de mañana alguna organización terrorista tiene en sus planes acabar con el centro urbano más importante del país. Me da escalofríos y mucha preocupación el solo pensarlo.
“La política en los boxes” de Esteban Schmidt, no fue la gran crónica pero me gustó mucho la estrategia del cronista para llegar al objetivo que se había planteado, cómo describe el método para engañar a un entrevistado clave, y hacerlo decir precisamente lo que el cronista en este caso desea escuchar. En el momento que leía la crónica el cronista me hacía sentir cómo si fuera el en ese bar porteño de tribunales, en momentos fantaseaba con ser no solo el cronista si no un detective de alguna agencia privada que había sido contratado para conseguir información ultra secreta de aquellos allegados a políticos poderosos que manejan información ultra secreta. El solo hecho de pensarlo me da ganas de sentarme a redactar una película detectivesca de gangster y/o esas cosas. Demás esta decir lo interesante de los datos Kirchneristas que el cronista logra develar, y el aplauso que se merece por haber conseguido esa información de la manera que lo hizo. Una crónica muy inteligente desde la pre-producción y el objetivo que se busca lograr y que al final se consigue.
Destaco mucho aquellas crónicas que me dan a conocer mundos que desconozco. Cómo en este caso Hernán Brienza con “A caballo de la fe”. Desconocía absolutamente la historia de la difunta correa, quizás desde que mi memoria es memoria, la primer santa popular argentina no beata que sobresalta la fe de sus creyentes. Me imaginaba que cómo todo santo popular existen peregrinaciones, pero jamás que recrearan el mismo trayecto que la difunta correa había llevado a cabo en el medio del desierto. Jamás me hubiese imaginado una peregrinación en los avatares del siglo XXI a caballo, siendo de esta manera una de las peregrinaciones más peligrosas que existen para venerar a una santa popular. Esta crónica en el fondo desnuda la fuerza de la fe para demostrar que nada verdaderamente es imposible.
Emilio Fernández Ciccio “En campaña con Duhalde y Ortega” tocó un tema muy interesante para 1999. Que no supo explotar al máximo las posibilidades que las circunstancias otorgaban. Pero me atrevería a decir que la mejor parte de la crónica, aquella frase muy acertada que la salva es: cuando el tren de la esperanza salía de la estación, llena de personas que fueron a despedirlo, para recorrer el país con los candidatos. “Mantengase lejos del tren" pide un con altavoz mientras la locomotora resopla y arranca. "Mantengase lejos de la esperanza”.
Nota de lector sobre El Interior Caparrós
Ha pasado tiempo de mis últimas vacaciones precisamente en las Cataratas del Iguazú, que me llevaron por un tour entre los paisajes más rojos y verdes que jamás haya visto. En ese viaje, un combo de una semana me llevaba a las ruinas de San Ignacio, las minas de wanda, el hito tres fronteras, puerto Iguazú (si queríamos abonar un plus extra) y las cataratas, tanto del lado Argentino cómo del lado Brasilero. Si bien nos encontramos en un país devaluado y por ende barato, económicamente en el verano 2007 rendía más hospedarse en la ciudad de Foz de Iguazú, tal cómo lo hice. Y la posibilidad desde esa ciudad de conocer otra cultura, no tan diferente a la nuestra, pero que definitivamente no se parecía en nada a la porteña. Desde Foz en tiempos libres, junto a un grupo de turistas con los que hice amistades, recorrimos Brasil bordeando el Paraná y a la vuelta cruzamos la frontera a la ciudad del narcotráfico electrónico, Ciudad del Este, en Paraguay.
Parece extraño pero en todo ese viaje. Sentí lo mismo que Caparrós en el interior, o mejor dicho encontré en el interior esa mirada desde otra perspectiva a la mía, relacionada a la misma experiencia que tuve, pero en otro tiempo, no tan alejado al viaje de Caparrós.
En el momento que estaba sucediendo no lo vía de esa forma, pero cuando leía a Caparrós ensayando sobre la fotografía y el turismo ante escenarios tan bastos cómo las cataratas, remitiendo a esos caminos que los turistas siguen cómo hormigas en recorrido obligado sin poder salir de esa estructura turística obligatoria, más si sos parte de un grupo que va en un tour a las cataratas; me remitía a mi viaje y vivenciaba que su teoría no está para nada alejada de la realidad del turismo.
Cada parte de su relato, experiencia y análisis que hace de los lugares en los que yo he estado en mis pasadas vacaciones, fueron para mí revivir esas mismas experiencias pero desde el punto de vista caparrociano que, por experiencia propia, no se aleja para nada de la realidad que seguramente a muchos turistas que hacen el mismo recorrido les toca vivir y sentir de la misma manera. Cuando estuve en San Ignacio y el guía nos hablaba de la evangelización de los guaraníes y de que a no más tardar a los 15 años para las chicas y a los 17 para los hombres debían conformar una nueva familia, y esas ruinas de una ciudad totalmente estructurada con viviendas para familias, nuevas familias y solteros, con botonazos de guardas que hacían sonar la campana a la medianoche para recordar a las nuevas familias conformadas de sus quehaceres para propagar la especie; me hizo pensar en cómo estos indios se habían dejado gobernar por estos jesuitas respaldados por la iglesia. Aunque no lo crean, creo que Caparrós tuvo a mi mismo guía.
También recuerdo, cómo lo que expresa nuestro viajero del interior, el miedo que me suscitaban las calles de Ciudad del Este, la sensación de inseguridad, de tierra de nadie que irradia esa ciudad. Solo me basto una tarde para no querer volver a pisar esa tierra colorada.
Por otra parte, mi viaje no me bastó para dar cuenta de la pobreza rubia misionera y el consecuente negocio con tráfico de bebes. Pero no me hace falta, le creo a Caparrós.
Nota de lector Kimonos en la tierra roja Rodolfo Walsh
Kimonos en la tierra roja habla mucho de la esperanza de un pueblo extranjero en búsqueda de progreso y la triste desilusión que Argentina, tierra prometida por excelencia “donde tiras una rama crece un árbol”, se convierta en una estafa para sus nuevos colonos. Con razón el argentino, y no la tierra hermosa que tenemos, está tan bien visto en el mundo. Ese estigma que algunos se encargan de propagar y muy pocos desmitificar. Y después nos quejamos.
Bueno en cuestión a estos nipones los cagaron con las tierras en la selva misionera y los que pudieron salieron adelante y los que no, junto a la pobreza rubia misionera se unió la pobreza nipona progresista desilusionada en la tierra prometida.
Fuera de esta cuestión llama mi atención la cadencia descriptiva de los acontecimientos que el cronista, en este caso Rodolfo Walsh, desarrolla con su prosa. Prosa porque yo diría que para Walsh la labor periodística se resume en este trabajo cómo la labor literaria capas de dar a conocer, memorar para siempre, esos recuerdos que por otros medios que no fuesen cronísticos jamás se podrían atesorar. El recorta una parte de la realidad que le tocó vivir y de eso hace literatura simple y con una carga social que hace reflexionar al lector de lo que el cronista ha recortado para narrar. Sin duda una facultad que todo cronista debe desarrollar para serlo. ¡Verdad!