Los primeros cronistas de los que quedan huellas letradas fueron los que llegaron al nuevo mundo. La crónica nace entre nosotros enlazada al descubrimiento de lo desconocido y a la necesidad de dominar no solo a través de las armas sino del lenguaje.
En los primeros siglos de nuestra era fue cuando empezó a usarse la palabra crónica o cronicón para designar cierto género de composición histórica, es decir una historia redactada según el orden y sucesión de los tiempos; historia de un país, de una provincia, de una época.
Entre todos los pueblos de la Europa moderna se encuentran desde el siglo V al XV cierto número de escritores, monjes la mayor parte de ellos, que han dejado crónicas de diferentes géneros en latín o lengua vulgar. En ellas se contaba los orígenes de una nación o la historia de una familia ilustre o de una época notable.
Antón Chejov con sus cuentos y múltiples obras que lo inmortalizaron, captó con inusitada agudeza y expuso con contenida y clara expresión, las facetas más sutiles del hombre y sus relaciones. Podía hacerlo con una naturalidad instintiva. Ahora bien, si tuviese que llevar a cabo una crónica de investigación en la actualidad, poco le valdría su naturalidad instintiva para llenar páginas sin algún esfuerzo para perfilar, observar o indagar en su tema. La razón es simple: Los estímulos, la intuición, el talento y la inspiración desempeñan un papel esencial e indispensable para el periodismo. Pero de poco valdrían si no hubiera otros esfuerzos, cómo la sólida denuncia que conmueve, la explicación inteligente que ilumina, hasta el examen de procesos que aún no cesan.
Una crónica puede empezar en un chispazo repentino que interrumpe el sueño, pero solo se llevará a cabo a través de una tarea sistemática y pensada, a la que se deben aportar espacio, tiempo, trabajo, habilidades, disciplina y método.
Al cronista le ocurre lo mismo que al pescador, que, cómo no ponga en los anzuelos el cebo más apetecible para los peces, seguro que se aburrirá sentado en la orilla, sin lograr pesca alguna. Esto quiere decir que si no se logra una entrada justa y atrapante para nuestra crónica en las primeras líneas, dudo que atrapemos a lector.
El escritor y cronista viajero Martín Caparrós dice: “Hace décadas cuando empecé a trabajar en periodismo, un cronista era el último escalón de la jerarquía de una redacción: el pibe nuevo que salía a la calle a buscar la información que después el redactor transformaría en noticia. Ahora parece que hemos recuperado ese nombre para los cultores de este género que nadie sabe definir: la crónica”.
La crónica tal cómo retorna ahora: Alguien va a un lugar desconocido y fija la mirada hasta que la verdad se confunda con la línea de los ojos. Se puede ir en auto cómo Martín Caparrós: “Ahora estoy escribiendo una crónica un poco extrema: un largo recorrido por toda la argentina. Se llama El Interior y el mecanismo es simple: me subo a mi coche y recorro tranquilo, solo, sin demasiado plan, el país. Trato de ir contando lo que encuentro, veo, escucho, pienso. Y trato de usar recursos diferentes, desde fragmentos ensayísticos hasta pasajes hechos Haiku o perfiles en verso. Es, como ves, un perfecto despropósito”.
En la literatura la crónica interesa cuando no se desentiende de su dimensión artística y cuando se plantea cómo un relato en primera persona que no funciona cómo estampa -“por acá (un lugar, un tema) pasé, esto es lo que vi”- sino cómo indagación: en ese punto, la crónica se acerca al ensayo o incluso a las ficciones que no se proponen contar una historia.
Lugar cómo zona, territorio a barrer, documentar, extenuar: agotar un lugar cómo se agota un tema. In situ, en su posición original. No se trata tanto de registrar hechos en un sitio sino de descubrirle a un lugar el espíritu tutelar. Si bien una cierta mirada puede hacer una excelente crónica desde la perspectiva del umbral de la propia casa o de una playa de estacionamiento, en el nuevo mercado de la crónica sigue imperando si no el modelo exótico, el de la aventura: mostrar lo más peligroso, lo excepcional, lo secreto desde un cronista sacrificado y hasta empapado de sudor. China no turística, los monstruos del circo, la lucha contra enfermedades infecciosas en algún mundo no primero, ponen el objeto en primer plano.
La crónica es una mezcla, de literatura y periodismo en proporciones variables, de mirada y escritura. Uno de los mayores atractivos de hacer una crónica es esa obligación de la mirada extrema, esa actitud del cazador que sabe que todo lo que se le cruce puede ser materia de su historia. Y escritura: atreverse a decir de otras maneras, a buscar formas, a pensar relaciones”.
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