Ha pasado tiempo de mis últimas vacaciones precisamente en las Cataratas del Iguazú, que me llevaron por un tour entre los paisajes más rojos y verdes que jamás haya visto. En ese viaje, un combo de una semana me llevaba a las ruinas de San Ignacio, las minas de wanda, el hito tres fronteras, puerto Iguazú (si queríamos abonar un plus extra) y las cataratas, tanto del lado Argentino cómo del lado Brasilero. Si bien nos encontramos en un país devaluado y por ende barato, económicamente en el verano 2007 rendía más hospedarse en la ciudad de Foz de Iguazú, tal cómo lo hice. Y la posibilidad desde esa ciudad de conocer otra cultura, no tan diferente a la nuestra, pero que definitivamente no se parecía en nada a la porteña. Desde Foz en tiempos libres, junto a un grupo de turistas con los que hice amistades, recorrimos Brasil bordeando el Paraná y a la vuelta cruzamos la frontera a la ciudad del narcotráfico electrónico, Ciudad del Este, en Paraguay.
Parece extraño pero en todo ese viaje. Sentí lo mismo que Caparrós en el interior, o mejor dicho encontré en el interior esa mirada desde otra perspectiva a la mía, relacionada a la misma experiencia que tuve, pero en otro tiempo, no tan alejado al viaje de Caparrós.
En el momento que estaba sucediendo no lo vía de esa forma, pero cuando leía a Caparrós ensayando sobre la fotografía y el turismo ante escenarios tan bastos cómo las cataratas, remitiendo a esos caminos que los turistas siguen cómo hormigas en recorrido obligado sin poder salir de esa estructura turística obligatoria, más si sos parte de un grupo que va en un tour a las cataratas; me remitía a mi viaje y vivenciaba que su teoría no está para nada alejada de la realidad del turismo.
Cada parte de su relato, experiencia y análisis que hace de los lugares en los que yo he estado en mis pasadas vacaciones, fueron para mí revivir esas mismas experiencias pero desde el punto de vista caparrociano que, por experiencia propia, no se aleja para nada de la realidad que seguramente a muchos turistas que hacen el mismo recorrido les toca vivir y sentir de la misma manera. Cuando estuve en San Ignacio y el guía nos hablaba de la evangelización de los guaraníes y de que a no más tardar a los 15 años para las chicas y a los 17 para los hombres debían conformar una nueva familia, y esas ruinas de una ciudad totalmente estructurada con viviendas para familias, nuevas familias y solteros, con botonazos de guardas que hacían sonar la campana a la medianoche para recordar a las nuevas familias conformadas de sus quehaceres para propagar la especie; me hizo pensar en cómo estos indios se habían dejado gobernar por estos jesuitas respaldados por la iglesia. Aunque no lo crean, creo que Caparrós tuvo a mi mismo guía.
También recuerdo, cómo lo que expresa nuestro viajero del interior, el miedo que me suscitaban las calles de Ciudad del Este, la sensación de inseguridad, de tierra de nadie que irradia esa ciudad. Solo me basto una tarde para no querer volver a pisar esa tierra colorada.
Por otra parte, mi viaje no me bastó para dar cuenta de la pobreza rubia misionera y el consecuente negocio con tráfico de bebes. Pero no me hace falta, le creo a Caparrós.
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