Ha pasado la una de la mañana del diecinueve de septiembre del dosmilocho y parece ser que una nueva noche de insomnio se avecina esta noche. Puede ser que este estado mantenga su vida en mí ya que lo alimento con mis acciones. Particularmente acabo de terminar de comer porque llegué a mi casa a las doce de la noche. Resulta que fui al teatro a ver una nueva temática de investigación teatral llamada Biodramas que se realiza en el teatro Sarmiento justo detrás del Zoo de Buenos Aires. Es más me atrevo a decir que ese espacio pertenece al Zoo, pero no quiero mentir sin datos que respalden lo que digo. Por eso, mi testimonio respalda lo que voy a contar.
Estuve en presencia de una de estas funciones: “Escuela de conducción” dirigida por Vivi Tellas. Llegué al teatro con la incógnita de no adquirir entrada, pero al ser un jueves a las nueve de la noche, supuse que quizás conseguiría una de las cincuenta entradas posibles, y así fue. Compre mi entrada y salí a la puerta del teatro a esperar los diez minutos que faltaban para que empiece la función. En esa espera compartí una grata charla con dos compañeros de la universidad que se encontraban con sus respectivas novias; sus rostros me describían la buena oportunidad que da el teatro para sacarlas a pasear.
A los pocos minutos, previa la función, caminando desde plaza Italia llegó otro grupito de tres compañeros más. Luego de unas charlas triviales relacionadas con la materia que nos reunía en esta función; nos dispusimos, ya todos con la entrada en mano, a ingresar y disfrutar del espectáculo.
Mis compañeros ya habían ingresado, yo tuve la imperiosa necesidad de pasar al baño. Una vez que salgo de este, me acerco a la entrada de la sala, una rubia cuarentona me corta la entrada y me da un folleto con las descripciones de todas las obras biodramáticas que van desde el jueves hasta el domingo y ya caminaba hacia la sala. Mis compañeros se encontraban en el fondo de la sala, en una de las tres hileras de sillas, a lo secretaria, que tenía dispuesto el lugar. ¡Que buenos compañeros que tengo! Sabían que había ido al baño y me guardaron un lugarcito entre ellos. No puedo olvidar tampoco que una compañera detallista nos agasajó a todos con un Bon o bom y el mío me estaba esperando ahí luego de mi imprevisto retraso en el baño. ¡Que podría decirse! Aún no veía teatro y ya me encantaba ir al teatro. O eso fue lo que pensaba hasta que tomé asiento.
Los intérpretes estaban ahí en escena. Dos hombres sentados, enfrentados y separados por una mesa de comedor jugaban al truco mientras una señora parada a un costado observaba la partida. El entorno escenográfico estaba acompañado por dos sillas más, muchas cosas sobre la mesa comedor en donde se disputaba el truco y una valija que en el correr de la obra se transformaría en otra mesa. La asistente de dirección de la obra, que en la entrada nos confundió con periodistas, con sala casi llena cerró la cortina de ingreso a la sala para dar a entender a los asistentes técnicos de la obra, a los intérpretes y principalmente a los espectadores que ya comenzaba la función.
Los dos hombres terminaron la partida de truco y juntos con la mujer enfrentaron al público e hicieron ademanes coreográficos relacionados al tránsito, por supuesto con una música relacionada que los acompañaba. Finalizada la coreografía, uno de los hombres, cincuentón, bigotudo que cualquiera confundiría como tachero, junto al otro hombre ochentón, canoso, que cualquiera confundiría como viejo ingeniero, explicaron, cómo si fuese una clase de tránsito, algunas ejemplificaciones de maniobras vehiculares con autitos de juguete sobre la mesa truquera. Para seguir ejemplificando lo que habían explicado, por fin apareció la mujer en acción. Ella hizo de alumna mientras los otros dos le enseñaban a manejar y de paso aprendíamos todos. Luego quizás hubo una inferencia que llamó la atención en el público. Una pantalla gigante sobre el fondo de la escena proyectaba la biografía del hombre ochentón, era una entrevista televisiva que le habían hecho para que de cuenta de los constantes accidentes que se producen por no adecuarse a las normas de tránsito. Realmente era un ingeniero, pero lo que llama la atención en esta parte de la obra es la anécdota que narra sobre esa aparición en TV y el relato de un fragmento interesante, perteneciente a su vida, que nada tiene que ver con la trama de lo que se venía exponiendo en la función.
No obstante la historia continuaba, pero no era una historia, eran partes de una realidad, la de los profesores de escuelas de manejo, recortadas y pegadas en eso que veíamos sobre el escenario del teatro Sarmiento.
Esa realidad recortada y pegada perdió su teatralidad cuando la mujer primero y el bigotudo después se pararon en medio del proscenio, miraron al público y contaron quienes eran, porqué estaban ahí, sumando un relato personal de vida que particularmente el del bigotudo me emocionó, pero no porque estuviese actuado. Lo que menos se ve en este biodrama es actuación. A no ser por la parte en que utilizan las sillas para simular el auto de manejo junto a la buena musicalización para ambientar las escenas, y ni hablar cuando de la valija se hace otra mesa y el bigotudo pasa fotos de diferentes autos sobre esta, mientras la mujer describe a cada una de las imágenes de automóviles cómo si fuesen hombres que está clasificando para ver con cual le conviene salir una noche.
Sin lugar a dudas el auto parece ser una máquina para levantar mujeres, en el lenguaje coloquial que tiene la frase “levantar mujeres” para el machismo rioplatense que refleja este biodrama.
Pero aún faltaba lo mejor, la frutilla del postre. En el momento que el Bigotudo nos emocionó a todos con la carta que le había escrito su mujer cuando se enteró que era actor, bueno biodramático del sarmiento, la función llegó a su fin. No obstante, casi sin saludar y mientras el público aplaudía, el bigotudo pegó un chiflido y se armó la bailanta sobre el escenario. Este atorrante que venía de emocionarse por la carta que su mujer le había escrito para la ocasión, fue derechito a buscar a una pelirroja con rulos que estaba delante de nosotros, muy linda señora por cierto, para sacarla a bailar.Así terminó la realidad recortada y pegada en escena, y comenzó la historia interesante, la historia de la frutilla del postre. Nos abrieron una sala paralela con una picada ostentosa de cosas riquísimas que por comerlas quedé cegado para recordarlas, solo recuerdo sabores muy exóticos y una de mis compañeras que reía por no creer cómo comía sobre la mesa sin parar. Hablamos con los intérpretes, comimos, bebimos y corrimos para tomar el último subte que nos dejaría cerca del colectivo que finalmente me dejó en la puerta de casa a las doce de la noche. Y bueno por eso llegué tarde a casa, comí (además que en el teatro) tarde y ahora no puedo dormir. Pero todo es culpa mía Eh! Quizás sea mi glotonería.
Estuve en presencia de una de estas funciones: “Escuela de conducción” dirigida por Vivi Tellas. Llegué al teatro con la incógnita de no adquirir entrada, pero al ser un jueves a las nueve de la noche, supuse que quizás conseguiría una de las cincuenta entradas posibles, y así fue. Compre mi entrada y salí a la puerta del teatro a esperar los diez minutos que faltaban para que empiece la función. En esa espera compartí una grata charla con dos compañeros de la universidad que se encontraban con sus respectivas novias; sus rostros me describían la buena oportunidad que da el teatro para sacarlas a pasear.
A los pocos minutos, previa la función, caminando desde plaza Italia llegó otro grupito de tres compañeros más. Luego de unas charlas triviales relacionadas con la materia que nos reunía en esta función; nos dispusimos, ya todos con la entrada en mano, a ingresar y disfrutar del espectáculo.
Mis compañeros ya habían ingresado, yo tuve la imperiosa necesidad de pasar al baño. Una vez que salgo de este, me acerco a la entrada de la sala, una rubia cuarentona me corta la entrada y me da un folleto con las descripciones de todas las obras biodramáticas que van desde el jueves hasta el domingo y ya caminaba hacia la sala. Mis compañeros se encontraban en el fondo de la sala, en una de las tres hileras de sillas, a lo secretaria, que tenía dispuesto el lugar. ¡Que buenos compañeros que tengo! Sabían que había ido al baño y me guardaron un lugarcito entre ellos. No puedo olvidar tampoco que una compañera detallista nos agasajó a todos con un Bon o bom y el mío me estaba esperando ahí luego de mi imprevisto retraso en el baño. ¡Que podría decirse! Aún no veía teatro y ya me encantaba ir al teatro. O eso fue lo que pensaba hasta que tomé asiento.
Los intérpretes estaban ahí en escena. Dos hombres sentados, enfrentados y separados por una mesa de comedor jugaban al truco mientras una señora parada a un costado observaba la partida. El entorno escenográfico estaba acompañado por dos sillas más, muchas cosas sobre la mesa comedor en donde se disputaba el truco y una valija que en el correr de la obra se transformaría en otra mesa. La asistente de dirección de la obra, que en la entrada nos confundió con periodistas, con sala casi llena cerró la cortina de ingreso a la sala para dar a entender a los asistentes técnicos de la obra, a los intérpretes y principalmente a los espectadores que ya comenzaba la función.
Los dos hombres terminaron la partida de truco y juntos con la mujer enfrentaron al público e hicieron ademanes coreográficos relacionados al tránsito, por supuesto con una música relacionada que los acompañaba. Finalizada la coreografía, uno de los hombres, cincuentón, bigotudo que cualquiera confundiría como tachero, junto al otro hombre ochentón, canoso, que cualquiera confundiría como viejo ingeniero, explicaron, cómo si fuese una clase de tránsito, algunas ejemplificaciones de maniobras vehiculares con autitos de juguete sobre la mesa truquera. Para seguir ejemplificando lo que habían explicado, por fin apareció la mujer en acción. Ella hizo de alumna mientras los otros dos le enseñaban a manejar y de paso aprendíamos todos. Luego quizás hubo una inferencia que llamó la atención en el público. Una pantalla gigante sobre el fondo de la escena proyectaba la biografía del hombre ochentón, era una entrevista televisiva que le habían hecho para que de cuenta de los constantes accidentes que se producen por no adecuarse a las normas de tránsito. Realmente era un ingeniero, pero lo que llama la atención en esta parte de la obra es la anécdota que narra sobre esa aparición en TV y el relato de un fragmento interesante, perteneciente a su vida, que nada tiene que ver con la trama de lo que se venía exponiendo en la función.
No obstante la historia continuaba, pero no era una historia, eran partes de una realidad, la de los profesores de escuelas de manejo, recortadas y pegadas en eso que veíamos sobre el escenario del teatro Sarmiento.
Esa realidad recortada y pegada perdió su teatralidad cuando la mujer primero y el bigotudo después se pararon en medio del proscenio, miraron al público y contaron quienes eran, porqué estaban ahí, sumando un relato personal de vida que particularmente el del bigotudo me emocionó, pero no porque estuviese actuado. Lo que menos se ve en este biodrama es actuación. A no ser por la parte en que utilizan las sillas para simular el auto de manejo junto a la buena musicalización para ambientar las escenas, y ni hablar cuando de la valija se hace otra mesa y el bigotudo pasa fotos de diferentes autos sobre esta, mientras la mujer describe a cada una de las imágenes de automóviles cómo si fuesen hombres que está clasificando para ver con cual le conviene salir una noche.
Sin lugar a dudas el auto parece ser una máquina para levantar mujeres, en el lenguaje coloquial que tiene la frase “levantar mujeres” para el machismo rioplatense que refleja este biodrama.
Pero aún faltaba lo mejor, la frutilla del postre. En el momento que el Bigotudo nos emocionó a todos con la carta que le había escrito su mujer cuando se enteró que era actor, bueno biodramático del sarmiento, la función llegó a su fin. No obstante, casi sin saludar y mientras el público aplaudía, el bigotudo pegó un chiflido y se armó la bailanta sobre el escenario. Este atorrante que venía de emocionarse por la carta que su mujer le había escrito para la ocasión, fue derechito a buscar a una pelirroja con rulos que estaba delante de nosotros, muy linda señora por cierto, para sacarla a bailar.Así terminó la realidad recortada y pegada en escena, y comenzó la historia interesante, la historia de la frutilla del postre. Nos abrieron una sala paralela con una picada ostentosa de cosas riquísimas que por comerlas quedé cegado para recordarlas, solo recuerdo sabores muy exóticos y una de mis compañeras que reía por no creer cómo comía sobre la mesa sin parar. Hablamos con los intérpretes, comimos, bebimos y corrimos para tomar el último subte que nos dejaría cerca del colectivo que finalmente me dejó en la puerta de casa a las doce de la noche. Y bueno por eso llegué tarde a casa, comí (además que en el teatro) tarde y ahora no puedo dormir. Pero todo es culpa mía Eh! Quizás sea mi glotonería.
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