El cuento tiene una historia que Jaime Rest bien resume en el estudio preeliminar de Antología sobre el cuento tradicional y moderno. Allí destaca que la unificación del genero narrativo que hoy llamamos cuento fue una consecuencia del vigoroso crecimiento que el relato breve adquirió en toda Europa a partir del Romanticismo, en la primera mitad del S. XIX. Benjamín habla del cronista cómo el narrador histórico. Advierte la diferencia entre quien escribe historia, el historiador, y quien la relata, el cronista. En la amplia banda de la crónica se distribuyen los géneros narrativos, como los matices de un mismo color.
Hasta el renacimiento la originalidad narrativa de cuentista radicaba exclusivamente en la reelaboración de anécdotas tradicionales, en tanto que el rasgo distintivo del cuentista moderno consistió en presentar sus historias como el producto de una inventiva propia. La óptica moderna, dice Rest, ante todo es individualista; a causa de ello, no sólo la manera de encarar el relato de ficción sino inclusive el asunto. En este punto difiero con Rest en que faltó un análisis contemporáneo en el cual el cuento, según quien lo escriba, puede poseer historiografía, anécdotas, una construcción netamente individualista y personal, y/o colectiva, e infinidad de variantes creativas mutadas entre sí que no definen una sola forma de contar sino infinitas formas de hacerlo.
Es muy interesante lo que Ricardo Píglia en Formas Breves alega sobre la importancia de narrar un cuento a través de dos historias, una visible y otra oculta, que en el momento pertinente del cuento aparece sobre la historia visible dándole al cuento un giro inesperado que hace de este algo propio del genero. Piglia toma a autores más que prestigiosos para avalar su teoría, citando en principal cuentos Borgianos y sus contemporáneos, cómo Kafka, ente otros. Yo me preguntaba si envés de tomar cómo palabra santa lo propuesto por Piglia, podemos pensar en otras formas de género cuentista. ¿Por qué el cuento para serlo debe llevar una estructura de historia visible y oculta a develarse antes del final revelador? Cómo bien dice Piglia, hay varios tipos de finales, abiertos y cerrados son los más comunes, que llevan los incomprensibles hilos de un cuento a cerrar en una estructura comprensible. Ahora bien, un cuento siempre debe cerrar todos sus cabos, ser comprensible, entendible. Cuando Piglia cuenta la historia de Chiang Tsu y los diez años concedidos por su rey para pintar un cangrejo, recién terminado y entregado casi en su lecho de muerte; no me hace más que pensar en una estafa en primera instancia y luego en el comprensible análisis de Piglia sobre la imposible acción de contar el tiempo para realizar una obra de arte, ya que el tiempo del arte es otro, y se tarda a veces demasiado, o demasiado poco para hacer una obra. No obstante cuando hacia el final Piglia habla sobre cómo hubiese terminado Borges el cuento, cambiando el cangrejo por una mariposa y la justificación de los diez años de tardanza a raíz del miedo del artista por no diferenciar entre si es, el hombre que crea la mariposa o es la mariposa que sueña ser el artista que la crea. Y el solo hecho de finalizar la obra acabaría con el sueño y por ende con su existencia. Esta idea me da a pensar en una riqueza narrativa mejor enriquecida desde esta ultima perspectiva, sin ser la original, ya que me lleva a pensar sobre otros temas que no son los tratados por el cuento original, por la idea que su autor quiso quizás narrar con este cuento. Pero, no puedo negarle a Piglia que la estructura de dos historias que se entrecruzan entre sí para darle un viraje interesante y develador a un cuento, me incita a leerlo. Pero seguramente hay otras formas de narrarlos cómo tantas historias hay en el mundo, y que la planteada por el es sólo una de ellas, quizás la más interesante, pero es solo una.
Por ejemplo, en otra mirada Rest nos hace ver que un cuento tradicional se organiza principalmente en el plano de la anécdota, cómo un encadenamiento de acciones que en sus expresiones más primitivas se manifiesta escueto y lineal. Pero que en el transcurrir del tiempo sufre modificaciones. Cabe afirmar que es el resultado de una nueva óptica, precipitada por el surgimiento de la burguesía y el avance de una generalizada secularización. Quizás según las épocas podemos encasillar diferentes estructuras de cuentos, y lo que dice Piglia es verdad en nuestra contemporaneidad, cómo así lo fue la historiografía en los cuentos medievales. No obstante, Rest dice que el tiempo no transcurre en vano y las condiciones imperantes en la sociedad y en la literatura poco tenían en común con las circunstancias que habían prevalecido en épocas anteriores. De modo que el cuento adquiere en esta época características novedosas. La preocupación de lo que se cuenta queda supeditada en grado considerable al interés primordial del cómo se cuenta. Ganando así terreno la exploración psicológica, la situación ambigua, el episodio fragmentario que se carga de significación por su riqueza de sugerencias. Por otra parte, cabe destacar lo que alega Benjamín cuando en materia de narración destaca a Leskov, y a narradores de su estilo, teniendo en cuenta la investigación de una determinada forma de narrar siempre supeditada a la relación en que esa forma se encuentra con la historiografía. Es interesante su punto de vista cuando afirma que la historia escrita sería a las formas épicas (épico cómo modelo de investigación para crear) lo que la luz blanca a los colores del espectro.
Pero todas estas precedentes teorías sobre el relato breve podemos tomarlas o dejarlas. Yo prefiero tenerlas en mente para llegar al meollo de la cuestión. ¿Para que contar? Y siento que todas las culturas conocidas se valen del contar para transmitir la experiencia, las historias de vida que forman la historia de los pueblos, y por ende la memoria que crea raíces y estructuras sociales. Hasta la narración de ficción conlleva consigo un valor social por parte de su creador, exigiendo al lector la aceptación de ese mundo cuyas leyes son las del mundo que es contado. Se me viene a la mente “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y tantos otros.
Contar es esencial, porque las palabras no se las lleva el viento, se las lleva la historia, la base de nuestro presente, de nuestra vida social. Contar hace bien al alma, por la necesidad humana de expresarse. Y más si es con un plus de creatividad.
Hasta el renacimiento la originalidad narrativa de cuentista radicaba exclusivamente en la reelaboración de anécdotas tradicionales, en tanto que el rasgo distintivo del cuentista moderno consistió en presentar sus historias como el producto de una inventiva propia. La óptica moderna, dice Rest, ante todo es individualista; a causa de ello, no sólo la manera de encarar el relato de ficción sino inclusive el asunto. En este punto difiero con Rest en que faltó un análisis contemporáneo en el cual el cuento, según quien lo escriba, puede poseer historiografía, anécdotas, una construcción netamente individualista y personal, y/o colectiva, e infinidad de variantes creativas mutadas entre sí que no definen una sola forma de contar sino infinitas formas de hacerlo.
Es muy interesante lo que Ricardo Píglia en Formas Breves alega sobre la importancia de narrar un cuento a través de dos historias, una visible y otra oculta, que en el momento pertinente del cuento aparece sobre la historia visible dándole al cuento un giro inesperado que hace de este algo propio del genero. Piglia toma a autores más que prestigiosos para avalar su teoría, citando en principal cuentos Borgianos y sus contemporáneos, cómo Kafka, ente otros. Yo me preguntaba si envés de tomar cómo palabra santa lo propuesto por Piglia, podemos pensar en otras formas de género cuentista. ¿Por qué el cuento para serlo debe llevar una estructura de historia visible y oculta a develarse antes del final revelador? Cómo bien dice Piglia, hay varios tipos de finales, abiertos y cerrados son los más comunes, que llevan los incomprensibles hilos de un cuento a cerrar en una estructura comprensible. Ahora bien, un cuento siempre debe cerrar todos sus cabos, ser comprensible, entendible. Cuando Piglia cuenta la historia de Chiang Tsu y los diez años concedidos por su rey para pintar un cangrejo, recién terminado y entregado casi en su lecho de muerte; no me hace más que pensar en una estafa en primera instancia y luego en el comprensible análisis de Piglia sobre la imposible acción de contar el tiempo para realizar una obra de arte, ya que el tiempo del arte es otro, y se tarda a veces demasiado, o demasiado poco para hacer una obra. No obstante cuando hacia el final Piglia habla sobre cómo hubiese terminado Borges el cuento, cambiando el cangrejo por una mariposa y la justificación de los diez años de tardanza a raíz del miedo del artista por no diferenciar entre si es, el hombre que crea la mariposa o es la mariposa que sueña ser el artista que la crea. Y el solo hecho de finalizar la obra acabaría con el sueño y por ende con su existencia. Esta idea me da a pensar en una riqueza narrativa mejor enriquecida desde esta ultima perspectiva, sin ser la original, ya que me lleva a pensar sobre otros temas que no son los tratados por el cuento original, por la idea que su autor quiso quizás narrar con este cuento. Pero, no puedo negarle a Piglia que la estructura de dos historias que se entrecruzan entre sí para darle un viraje interesante y develador a un cuento, me incita a leerlo. Pero seguramente hay otras formas de narrarlos cómo tantas historias hay en el mundo, y que la planteada por el es sólo una de ellas, quizás la más interesante, pero es solo una.
Por ejemplo, en otra mirada Rest nos hace ver que un cuento tradicional se organiza principalmente en el plano de la anécdota, cómo un encadenamiento de acciones que en sus expresiones más primitivas se manifiesta escueto y lineal. Pero que en el transcurrir del tiempo sufre modificaciones. Cabe afirmar que es el resultado de una nueva óptica, precipitada por el surgimiento de la burguesía y el avance de una generalizada secularización. Quizás según las épocas podemos encasillar diferentes estructuras de cuentos, y lo que dice Piglia es verdad en nuestra contemporaneidad, cómo así lo fue la historiografía en los cuentos medievales. No obstante, Rest dice que el tiempo no transcurre en vano y las condiciones imperantes en la sociedad y en la literatura poco tenían en común con las circunstancias que habían prevalecido en épocas anteriores. De modo que el cuento adquiere en esta época características novedosas. La preocupación de lo que se cuenta queda supeditada en grado considerable al interés primordial del cómo se cuenta. Ganando así terreno la exploración psicológica, la situación ambigua, el episodio fragmentario que se carga de significación por su riqueza de sugerencias. Por otra parte, cabe destacar lo que alega Benjamín cuando en materia de narración destaca a Leskov, y a narradores de su estilo, teniendo en cuenta la investigación de una determinada forma de narrar siempre supeditada a la relación en que esa forma se encuentra con la historiografía. Es interesante su punto de vista cuando afirma que la historia escrita sería a las formas épicas (épico cómo modelo de investigación para crear) lo que la luz blanca a los colores del espectro.
Pero todas estas precedentes teorías sobre el relato breve podemos tomarlas o dejarlas. Yo prefiero tenerlas en mente para llegar al meollo de la cuestión. ¿Para que contar? Y siento que todas las culturas conocidas se valen del contar para transmitir la experiencia, las historias de vida que forman la historia de los pueblos, y por ende la memoria que crea raíces y estructuras sociales. Hasta la narración de ficción conlleva consigo un valor social por parte de su creador, exigiendo al lector la aceptación de ese mundo cuyas leyes son las del mundo que es contado. Se me viene a la mente “Un mundo feliz” de Aldous Huxley y tantos otros.
Contar es esencial, porque las palabras no se las lleva el viento, se las lleva la historia, la base de nuestro presente, de nuestra vida social. Contar hace bien al alma, por la necesidad humana de expresarse. Y más si es con un plus de creatividad.
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